La historia tras una expedición en pos de la historia
En junio de 2024, una expedición viajó a valles remotos en la provincia peruana de Vilcabamba, buscando un destino a más de 3.500 metros de altitud. No era ninguna excursión, ni una aventura improvisada y sin rumbo. Las expediciones de verdad no se hacen así. Fue una acción planificada durante largo tiempo, con un propósito científico y, eso sí, espíritu aventurero, que buscaba arrojar de una vez luz sobre un enclave remoto, pero cargado de significado para la historia tanto de Perú como de la propia España, por mor de su pasado común durante tres siglos.
El yacimiento de Rosario Alto, en Minaspatas, ya había sido visitado en diversos viajes por Miguel Gutiérrez Garitano, uno de los grandes exploradores que tiene España en la actualidad. No era, por supuesto, el primero por transitar por la zona, pero merece el reconocimiento de haber sido el que, tras visitar los diversas ruinas de la zona, que se encuentran a simple vista, llegó a la hipótesis de que allí había algo más que restos de cabañas y cercados de piedra, sin ningún valor, tal como sostenían algunos.
Esa hipótesis no fue el fruto de ninguna intuición o corazonada, sino que maduró a lo largo de seis expediciones previas, nada menos, afianzada por las referencias indirectas que aparecen en las crónicas virreinales de la época. Crónicas que están a disposición de cualquiera, pero que hay que saber leer si se quiere entre sus líneas encontrar lo que se busca. Y sus indagaciones, tanto en salas de lectura como sobre el terreno, apuntaban a que aquel asentamiento andino antiguo, a simple vista humilde, podía ser una bisagra histórica.
Tal idea merecía una confirmación y para eso se armó la séptima expedición. Expedición que ya era arqueológica, lo que exigía un esfuerzo logístico mucho mayor en todos los sentidos. Al respecto, una precisión: una simple expedición no deja de ser, a efectos legales, el que una o varias personas deambulen por determinados parajes, observando. Y recalcamos lo de observar. Se mira, pero no se toca. Olviden lo que se ve en las películas, que son ficciones, no realidad. Si alguien clava una pala en tierra, buscando restos arqueológicos, sin contar con los debidos permisos, es un saqueador y acaba ante el juez y puede que en la cárcel.
Para organizar esta séptima expedición hubo que hacer desembolsos adicionales, financiar los gastos de todo el personal peruano, presentar un proyecto detallado y, por supuesto, contar con toda la retahíla de permisos. Pero lo que estaba en juego era no solo la validación de una hipótesis arqueológica, sino también constatar la existencia de un lugar donde lo preinca, lo incaico y lo hispánico existieron sin ruptura entre las distintas fases, hasta su definitivo abandono, ya durante el último periodo, el virreinal, tras el agotamiento de las minas de plata.
Miguel Gutiérrez Garitano, una figura mayor de la exploración actual
Todavía, en pleno siglo XXI, podemos encontrar figuras que encarnan el espíritu clásico de la exploración que asociamos a otras épocas. Y España no anda escaso de esas gentes dotadas con la tenacidad, el rigor, la erudición y la visión que exigen empresas así. Miguel Gutiérrez Garitano es buen ejemplo de ello. Escritor, historiador y explorador, ha consagrado mucho esfuerzo, en todos los sentidos, para devolver al mapa enclaves olvidados y dar un giro de tuerca a preguntas que la historia, hasta ahora, había dejado en suspenso.
La expedición a Rosario Alto no fue un gesto aislado ni una aventura impulsiva, como bien hemos dicho. Fue el séptimo viaje a la zona y la culminación de una búsqueda que le ha llevado 15 años, nada menos. Miguel ha estado recorriendo ese territorio durante años, siguiendo muchas veces los pasos de viajeros y exploradores que le precedieron, bebiendo además en fuentes documentales y relatos de los lugareños. Su empeño, como no podía ser menos, ha ido más allá de lo personal, pues ha involucrado a instituciones, científicos y aventureros (1), dotando a cada viaje con un sentido de misión.
Ese empeño lo hace bajo el paraguas de la Sociedad Geográfica la Exploradora, con sede en Vitoria, y a menudo con el respaldo de la Sociedad Geográfica Española, la institución más prestigiosa en este campo. Ya, como fruto de las expediciones previas, contábamos con un ensayo divulgativo, obra del propio Miguel, y un documental sobre esta búsqueda, En busca de la ciudad perdida, disponible en diversas plataformas.
(1) Usamos el término aventurero en el sentido original del término: aventurero es aquel que se embarca en una empresa a sus propias expensas.
La séptima expedición
Llegar a lo que los incas llamaban el Valle de las Enfermedades no fue nada sencillo, aunque un paseo comparado con lo que costó en la ya primera lejana expedición. Ese Valle de las Enfermedades es un lugar en sombras, húmedo y gélido, en el que se instaló el campamento base para subir desde allí a Rosario Bajo (un asentamiento a menor altura) y Rosario Alto. Los expedicionarios también subieron a RittiOrcona, otro lugar muy alto, en el que, en los años 60, el ejército peruano construyó un helipuerto para dar salida a uranio que se extraía en esas soledades. Allí realizaron prospecciones para averiguar si los edificios militares, ahora en ruinas, se habían construido sobre construcciones incas más antiguas. El resultado, en esta ocasión, fue negativo.
Positivas fueron en cambio, y en grado sumo, las excavaciones en Rosario Alto. Quedó de manifiesto que había capas de población superpuestas, testigos de una historia larga y densa. Se encontraron restos cerámicos, evidencias de actividad minera y hasta una campanilla de plata que debió ser parte del ajuar de la primera capilla de la población.
Todos esos hallazgos parecen confirmar (aunque siempre conviene ser prudentes) la hipótesis que barajaba Miguel Gutiérrez Garitano desde hace años. Que aquel asentamiento pudo ser San Francisco de la Victoria de Vilcabamba, la capital fundada por los españoles tras la conquista y obligados porque la capital inca, Vilcabamba la Vieja, fue incendiada por los derrotados antes de retirarse.
Un equipo hispano-peruano en territorio difícil
Trabajar en la zona de Minaspatas no fue un asunto sencillo, y no solo por las dificultades de acceso. El reto físico era importante porque, a 3.500 metros de altitud, cada gesto resultaba fatigoso, al menos para los forasteros en esa tierra. Para guías, porteadores, muleros, la cuestión era baladí y subían a la carrera por pendientes que, al resto, suponían un esfuerzo ímprobo. El valle, como hemos dicho, era húmedo, insalubre y, al caer la noche, sumamente frío. Y, para los trabajos en las zonas más altas, había que acarrear todos los días agua y provisiones con destino a quienes estaban allí prospectando.
Pero el funcionamiento del equipo fue modélico. No podía ser de otra forma porque todo debía estar ajustado al detalle, y no sobre el terreno, sino desde su misma concepción. El proyecto arqueológico había sido riguroso y las labores sobre el terreno estuvieron supervisadas por las arqueólogas y ceñido al plan presentado. Cualquier desviación podía acarrear que las conclusiones científicas quedasen invalidadas, con la pérdida en conocimientos, tiempo, inversión, ilusión de años que eso habría supuesto.
Escampavía en la expedición
A estas alturas, os estaréis diciendo que todo esto es de lo más interesante y sugerente, pero que, ¿qué tiene que ver con Escampavía, empresa que gestiona este blog profesional? Pues de entrada, porque uno de los integrantes de esa expedición fue León Arsenal, fundador y socio de esta compañía. Arsenal (el que no lo sepa puede encontrar información más que de sobra en Internet) además de empresario, es escritor y divulgador, y estuvo implicado en el desarrollo y ejecución de la expedición en sí, además de tomar parte en ellas. Formó parte del núcleo estratégico que articuló las últimas fases del proyecto, las de la presencia sobre el terreno.
Pero, aun así, os seguiréis preguntando lo mismo: ¿qué tiene que ver eso con esta empresa? Pues que Escampavía tuvo el honor de ser una de las organizaciones que se ocupó de la financiación de la expedición. Sí, porque una aventura de este porte necesita algo más que voluntad, constancia y talento. Se requiere estructura, recursos, alianzas y, sobre todo, dinero. El vil metal. Escampavía contribuyó a conseguir parte de lo último a través de una vía puramente empresarial, como son los patrocinios.
Eso está en el ADN de Escampavía pues, desde su nacimiento, hemos estado consiguiendo patrocinios para diversas acciones culturales, tales como el festival Palaciales de Cogolludo o los ciclos de Fractales y Quimera en Madrid capital. Patrocinios tanto en forma de material como dinerarios. Los patrocinios son una de nuestras grandes líneas de acción, consideramos a los patrocinadores más como partners que como clientes y, en esta ocasión, podemos sentirnos orgullosos de que, además de los otros retornos pactados, hemos podido darles uno premium, un premio gordo, en forma de descubrimiento para la ciencia.
Una llamada a la acción
Nosotros somos una sociedad mercantil y la séptima expedición a Vilcabamba no ha sido para nosotros el principio ni para nadie el final. Seguimos en la brecha y tenemos ya diversas acciones culturales en marcha, entre ellas un par de nuevas expediciones científicas a lugares tan exóticos (para nosotros) como el Chad o Pakistán.
Por tanto, buscamos patrocinadores. Buscamos empresas o profesionales que considere que, a través de un patrocinio de este tipo de acciones, puede obtener una rentabilidad positiva, sea en imagen, en posicionamiento, en contactos, en… hay muchos tipos de rentabilidad. Nosotros buscamos las rentabilidades económica (por supuesto), en imagen y también social, dar a la sociedad parte de lo que como individuos nos ha dado.
Por eso también tenemos las puertas abiertas de par en par a todas aquellas acciones culturales con posibilidades de patrocinio (y que nos resulten motivadoras, que ofrezcan algo positivo a la sociedad). Vosotros ponéis la acción, nosotros buscamos el dinero.
Así que este es la llamada a la acción a unos y a otros, a patrocinadores y a patrocinables. Os buscamos, porque las buenas historias no se escriben solas, sino en compañía.
Foto del equipo ©Arturo Rodríguez 2024